Ya era la hora de los latidos,
De la música de fondo entre el agua y la estación,
Del trueque de los rizos al viento,
De la hierva verde que encarna la ilusión.
Ya era la hora de los sentidos,
De la rústica ebriedad entre el abrazo y la exclusión,
Del inocente de los finos besos
De la hiedra agreste que entalla la emoción.
Ya era la hora de los rugidos,
Del centro del mundo entre la gracia y la reunión
De la fuente de los hechizos sueltos,
De la prenda fuerte que place al amor.
No habrá espacio para algo banal como la decepción,
Te diré que la humanidad no es algo pétreo,
Cambia como cambian los encuentros y la razón,
Al fin y al cabo a quien pueden culpar de este sueño?
Quien engendra la paz del interior?
No habrá labios para algo rapaz como un redentor,
Pediré que la soledad no sea algo cierto,
Arrasa como arrasan los tiempos y la ocasión,
Al fin y al cabo a quien pueden culpar de este miedo?
Quien recuerda la faz del corazón?
De la música de fondo entre el agua y la estación,
Del trueque de los rizos al viento,
De la hierva verde que encarna la ilusión.
Ya era la hora de los sentidos,
De la rústica ebriedad entre el abrazo y la exclusión,
Del inocente de los finos besos
De la hiedra agreste que entalla la emoción.
Ya era la hora de los rugidos,
Del centro del mundo entre la gracia y la reunión
De la fuente de los hechizos sueltos,
De la prenda fuerte que place al amor.
No habrá espacio para algo banal como la decepción,
Te diré que la humanidad no es algo pétreo,
Cambia como cambian los encuentros y la razón,
Al fin y al cabo a quien pueden culpar de este sueño?
Quien engendra la paz del interior?
No habrá labios para algo rapaz como un redentor,
Pediré que la soledad no sea algo cierto,
Arrasa como arrasan los tiempos y la ocasión,
Al fin y al cabo a quien pueden culpar de este miedo?
Quien recuerda la faz del corazón?
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